Debes hacer un pacto con Dios, un compromiso firme y perpetuo de no juzgar jamás a nadie.
Aunque existan indicios, tú nunca des crédito a las críticas vertidas contra el prójimo ni las tengas por ciertas, cualquiera que sea el mal que haya hecho. Incluso cuando veas que el prójimo no puede justificarse, concédele siempre el beneficio de la duda y resérvate tu opinión.
Si ves u oyes que alguien ha pecado, no adoptes contra él una actitud displicente ni caigas en la murmuración, sino di con sentimiento en tu corazón: «Señor, ¿qué somos? Todos te ofendemos cada día y Tú muestras una paciencia infinita. Pobre de mí, que he pecado mucho más gravemente y más a menudo que este; y si tu gracia no me sostuviera, ¿qué otra cosa haría sino pecar? Temo caer en cualquier momento, mientras él se levanta».
[…] Lo tuyo no es juzgar los pecados de tu prójimo, que ya tiene un Señor para juzgarle. Tú abstente de emitir juicio sobre pecado alguno, no lo investigues y deja que el hecho sea grave o leve según es ante Dios.
Lanspergio (+ 1539) Enchiridion militiae christianae