Si en tu corazón se levanta una tentación de disgusto, impaciencia o ira contra un hermano, vigila tus pensamientos y tu voluntad con gran diligencia a fin de que no trames nada ni concibas ningún mal pensamiento contra él.
De igual modo, controla tus sentidos y tu lengua para no difamarlo, criticarlo ni acusarlo. Por justo que fuese hacerlo, tú no le reprendas ni hagas nada que pudiera tener su origen en aquella tentación.
Si no la puedes apartar de ti, contente, no la alimentes. Debes ser paciente, no agente. Ruega a Dios que tenga compasión de ti y de aquel hermano.
Si no puedes amar con tanto afecto como deberías a quien te ha ofendido o a quien consideras tu enemigo, para tener el corazón totalmente en paz respecto de él, procura no decir ni hacer nada que esté motivado por esa mala raíz.
Por tanto, duélete de lo que sientes en tu corazón y siéntelo a tu pesar, es decir, lamenta verte obligado, contra tu voluntad, a tener malos sentimientos con respecto a tu prójimo, cuando desearías tenerlos buenos.
Lanspergio (+ 1539) Enchiridion militiae christianae