Por eso, debes decir: «He venido aquí a ser reprendido, despreciado, apartado de un lugar a otro; a servir a todos, a someterme a todos, a no contradecir a nadie, como el último y el más despreciable de los esclavos al servicio de príncipes. Cualquier cosa que encuentre, de pensamiento o de obra, contraria a esta intención mía, no la consentiré, sino que, como si hubiese apostatado, me volveré a mi propósito».
Un esclavo harapiento, vil y pobre, entre nobles, es despreciado, burlado y golpeado, pero no abre su boca; es más, se alegra de no haber sido totalmente excluido. Así también tú, cuando estés entre hermanos o en compañía de los hombres, cada vez que te sientas objeto de una ofensa, di lo siguiente: «De buen grado callaré y aguantaré, para que yo merezca ser soportado y no ser excluido del todo de la compañía de mis señores». Y también: «Qué bien me va, qué feliz soy: los hermanos me soportan siendo un repugnante leproso y un mendigo.
Proponte en tu corazón vivir como huésped y extranjero entre tus hermanos, sin derecho alguno sobre ninguna pertenencia de la casa, de manera que, sin confusión, puedas contemplar serenamente las pérdidas y las ganancias, las alegrías y las penas.
Humíllate cuanto puedas. Por más que te hayas humillado, aún sigues siendo demasiado soberbio. Por eso, abraza todos los modos lícitos de la humillación para que, al fin, la misma humildad se convierta en una inclinación natural.
Lanspergio (+ 1539) Enchiridion militiae christianae