No acuses a nadie de perseguirte, puesto que todas las criaturas, no solo los hombres, deberían someterte a suplicio en venganza de su Creador.

De este modo, aunque no siempre puedes comprender la profundidad de tu pecado y qué es lo que te conviene, haz esto con frecuencia, especialmente cuando se te insinúa algún sentimiento de autocomplacencia o se levanta en tu corazón un movimiento de indignación o de ira contra el prójimo, prorrumpe en esta consideración de ti mismo, diciendo: «¡Oh bestia tal! Si hubieras merecido no solo esto, sino el infierno y el castigo de todos los condenados, cuánto más esta insignificancia que aquel hermano te hace por designio de Dios».

Dite: «¿Por qué me indigno contra aquel hermano, yo que tantas veces he ofendido a Dios?

¿Vas a enfurecerte contra un hermano por una culpa tan leve cometida contra ti, cuando tú llevas tantos años blasfemando contra Cristo con tus pecados?»

Dite: «El Señor me prueba o me purifica. Ahora es el momento de ejercitarme en la paciencia, ahora he encontrado lo que siempre deseaba. Pero nada puedo querer o pensar si Tú, amado y dulce Jesús, no me ayudas».

Lanspergio (+ 1539) Enchiridion militiae christianae

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