Ya en 1973 el entonces arzobispo de Múnich-Frisinga, Joseph Ratzinger, escribía:

El museo es un lugar para depositar el pasado, y eso, en el caso de que fuese valioso. Cuando se deja atrás el pasado, queda la intensa melancolía de lo que ha pasado para siempre, de lo muerto. Pero las iglesias son espacios de vida y de vivos. En ellas el ayer tiene su hoy y el futuro es en ellas presente. Pero sólo pueden ser y permanecer así, si se las vive, si el hombre que las mantiene vivas sigue ahí.

En este contexto me viene a la mente con frecuencia una visión sobrecogedora. En el día de hoy se ordenan cuatro sacerdotes en Frisinga para un obispado de más de dos millones de católicos. El año pasado fueron cinco. Y la tendencia se mantendrá así. Estadísticamente se puede calcular el día en que no habrá ya sacerdotes para las magníficas iglesias de nuestra tierra. Y entonces se habrá perdido algo más que un poco de folklore, como ocurre con los usos y costumbres que desaparecen. Entonces tendrá lugar un desprendimiento de tierra de un tipo muy distinto; una desolación del paisaje del alma ante la que sentirá terror incluso aquel que hace poco caso de la fe y de la religión.

Somos servidores de tu alegría. Todos nosotros amamos la fiesta y la alegría, pero eso no se regala, no es gratuito; sólo puede darse al precio de una vida que está ahí para eso. Y así se unen principio y fin y, una vez más, se hace patente que este es nuestro viejo asunto, pues no se puede pretender cosechar rápidamente en cualquier instante el fruto de la fiesta y, por lo demás, estarse de brazos cruzados. Lo que entonces quedaría serían únicamente lugares de exposición con toda la miseria de lo pasado para siempre.

Todo esto nos incumbe y la pregunta que se plantea es: ¿Qué podemos hacer para que ese desprendimiento de tierra no tenga lugar? Las técnicas de gestión no pueden ayudar mucho en esto. Pues, si con éstas se pudiese hacer algo, entonces nuestro siglo tendría que ser más glorioso que cualquier otro de los precedentes. Y tampoco pueden solventar esto los obispos y sacerdotes. En los Hechos de los Apóstoles de san Lucas hay una respuesta que sigue siendo válida. La primera vocación tuvo lugar —así nos lo cuenta él— cuando la Iglesia estaba unida y rezaba (Hch 1,14-26). Cuando la Iglesia permanece unida y reza, no necesita preocuparse mucho por la propaganda, entonces puede estar segura de la respuesta del Señor.

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