Aprender a orar quiere decir ir a la escuela del Espíritu Santo. Él nos enseña a orar de muchas maneras siempre de nuevo, por ejemplo, a través de acontecimientos de nuestra vida.
A veces es una necesidad, una aflicción lo que hace que clamemos a Él, porque necesitamos una ayuda que está más allá de lo que pueden hacer los hombres.
O se trata también de una alegría que nos lleva a que tengamos que decir una palabra de gratitud, que va mucho más allá de cualquier agradecimiento humano, hacia la eternidad.
Él nos enseña a rezar mediante nuestra propia vida, si estamos lo suficientemente alerta como para percibir esos impulsos callados, que a veces también pueden ser muy fuertes.
Él nos enseña también a rezar cuando hacemos uso de la Sagrada Escritura; él nos enseña a orar sobre todo a través de la liturgia, que es la gran escuela en la que al Espíritu Santo le gustaría introducirnos en la oración.
Joseph Ratzinger/Benedicto XVI