San Pablo en su Carta a los Romanos dice: Nosotros no sabemos orar como conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables (cf. Rom 8,26).

Creo que esta es una ex­periencia que todos hemos tenido. Querer rezar. Pero las grandes palabras de la Iglesia se hallan demasiado alejadas de nuestra vida como para que simplemente pudieran convertirse en nuestras palabras.

Y nosotros mismos vivimos tan aleja­dos de Dios en los asuntos de nuestra vida cotidiana que el intento de hablar con Él se agota enseguida. El Espíritu tiene que inspirarnos la palabra correcta.

Nosotros le hemos pedi­do precisamente que se digne concedernos su inspiración, que abra nuestra boca enmudecida.

Toda oración comienza así: en primer lugar, nosotros le pedimos a Dios mismo que se digne venir y elevarnos de algún modo hacia Él, que se digne concedernos su inspiración para entenderlo, para aprender a dirigirnos a Él.

 Joseph Ratzinger / Benedicto XVI

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