Piensa siempre: si sirvo a un hermano, a Cristo he servido; si desprecio a un hermano, si me enojo con el prójimo, a Cristo se lo he hecho.
Piensa siempre: quizás agradaría ahora al Señor que yo hiciera por Él esto o aquello en la persona de este hermano, así que haré sin demora un servicio no menos grato en el prójimo que en su propia persona; más aún, probablemente le sea más grato que lo hagamos en el prójimo que en Él mismo.
Cada vez que descubras que has ofendido a un hermano, después de pedir permiso a tu Padre, échate a los pies de ese hermano en un lugar discreto y pídele perdón. Hazte en esto violencia y conviértelo en costumbre, aunque te consideres inocente o parezca que es el otro el que debe pedirte a ti perdón.
No pierdas la ocasión de hacer mérito, permitiendo que el otro te arrebate la humildad de tu propia mano; antes bien, humíllate tú primero y pide perdón.
El temor a pedir continuamente perdón te contiene de movimientos de indignación y de palabras de impaciencia.
Lanspergio (+ 1539) Enchiridion militiae christianae