¿De qué te sirve que los hombres tengan una excelente opinión de ti? Por otra parte, ¿qué daño puede hacerte que te consideren de poco valor?
Las opiniones de los hombres son inestables y frágiles, y ante Dios ni te condenan ni te exculpan.
No prestes atención al tiempo presente ni a los juicios de tus contemporáneos. Sabes cuán a menudo se han equivocado al alabarte cuando no había motivo alguno para ello.
Así que, cada vez que otros te alaben o te valoren en alto grado, no te creas merecedor de ello ni lo aceptes.
De igual modo, si te critican no siendo tú consciente de mal alguno, no te lo tomes a pecho ni te inquietes por ello.
Por el contrario, piensa y ten por cosa muy cierta que hay en ti otros defectos ocultos por los que Dios permite que venga sobre ti ese reproche y esa humillación. Pero, si eres culpable y merecedor de amonestación -¿acaso alguna vez has dejado de serlo?-, acéptalo humildemente y llora, no por ser amonestado, sino por haber ofendido a Dios.
Lanspergio (+ 1539) Enchiridion militiae christianae