Actualizar la resurrección —mis queridos jóvenes amigos—, en eso consiste en la práctica, descrito en toda su esencia, lo que significa ser sacerdote; significa en el fondo poder hacer efectiva esta realidad sobre el campo de muerte de este mundo, en el que la muerte y sus poderes siguen cobrando su cosecha; significa hacer presente la resurrección, proporcionando así la respuesta de la vida, que es más fuerte que la muerte.
Por eso es y sigue siendo en el fondo centro del ministerio sacerdotal, cuya misión asumís hoy vosotros, celebrar la Eucaristía del Señor, haciendo realidad entre nosotros, con el cuerpo y la sangre de Jesucristo, su muerte y la victoria de su amor. En función de eso y a partir de este punto tiene que ajustarse en adelante vuestra vida, en función de eso orientar su camino. Pues celebrar la Eucaristía no significa sólo la ejecución de un rito.
Las plegarias de la ordenación añaden: «Imitamini quod tractatis» —«¡Convertíos desde dentro en aquello que hacéis!»—. ¡Dejad que se conforme la medida y el modo de vuestro ser a través de este acontecimiento, de tal manera que verdaderamente llegue a ser el centro más íntimo de toda vuestra vida!
Actualizar la resurrección quiere decir vivir uno mismo en ella y de ella. Eso sólo puede suceder si conocemos al Resucitado… Sólo si conocemos a Cristo, si compartimos sus caminos, si hemos conocido su voz, si él habla en el interior de nuestra vida, si acogemos al Resucitado, sólo entonces vivimos la misión de actualizar en este mundo la resurrección.
Por eso me permito pediros una vez más, en esta ocasión, que busquéis siempre la compañía de Jesucristo, que viváis orientados hacia él, que aprendáis sus caminos, que escuchéis su voz, que pongáis las manos en su costado traspasado…Actualizar la resurrección no significa, por tanto, conservar la liturgia como un relicario de vidrio, sino que, basados en ella, llevemos siempre al mundo la vida y el amor, nos acerquemos a los hombres para regalarles vida y amor.
Quien cree en la resurrección no necesita preocuparse de sí mismo y de su autorrealización, no necesita mirar si se pierde algo de lo que ofrece la vida, sino que sabe que su ámbito propio es la infinitud, que puede pensar en sí mismo, sin evasivas, sirviendo a los demás. La prisa que querría apurar el instante, la angustia que teme perderse algo de la vida es el signo de un mundo que no conoce la resurrección. Precisamente en la medida en que se aferran al instante, muchos pierden el tiempo. En cambio, nosotros deberíamos ser aquel tipo de personas que, basadas en la fe en la resurrección, tienen tiempo, que no temen que la vida les pueda maltratar, sino que, con la gran libertad que proporciona el amor eterno, pueden dedicarse sin miedo al servicio de los hermanos.
Joseph Ratzinger / Benedicto XVI