Hay muchos géneros de contemplación en los que se deleita y aprovecha el alma consagrada, oh Cristo.
Pero en ninguno de ellos mi alma se goza tanto como en aquel que, alejada de todas las cosas, se eleva hacia ti, único Dios, la simple mirada de un corazón puro.
Oh paz, oh reposo, oh gozo que el alma siente en esos momentos, atenta a ti.
Cuando un espíritu aspira a la contemplación divina e inclinándose delante de ti, Señor, medita y te da gloria en la medida en que puede, entonces se hace menos pesada la carga del cuerpo, cesa el tumulto de los pensamientos, el peso de la mortalidad y de las miserias entorpecen menos que de ordinario, todo calla, todo está tranquilo.
El corazón está ardiendo, el espíritu gozoso, la memoria vigilante, la inteligencia se ilumina y todo el espíritu, inflamado por el deseo de la visión de tu bondad, es arrebatado al amor en las realidades invisibles”.
Juan de Fécamps, s. XI