Para obrar bien es necesario pasar por el corazón lo que se dice con los labios. Un teólogo oriental nos dice: Vuélvete a Dios haciendo descender la atención de la inteligencia al corazón, y allí, invócalo. Esta es la mejor manera de evitar distracciones y divagaciones de la mente en los momentos de la oración. Es necesario esforzarse para que la oración en voz alta, o silenciosa, provenga siempre del corazón.

Orar es lo más simple que hay. Permanece con la inteligencia en el corazón ante la faz del Señor y di: “Jesucristo, hijo de Dios, ten piedad de mí”, o solamente “Señor ten piedad”, o cualquier otra invocación. El poder de la oración no está en las palabras sino en los pensamientos y en los sentimientos.

Toda la oración debe venir del corazón. “Lo principal es permanecer ante Dios, con la inteligencia en el corazón y continuar permaneciendo así ante el sin cesar día y noche hasta el fin de la vida”.

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