Allí donde hay hombres aparecen pronto las tensiones, los malentendidos, las envidias, los roces…; todo esto crea barreras entre nosotros. No es posible llevar una vida espiritual intensa y seguir manteniendo esas barreras de incomunicación con el prójimo. Si hay algo claro en el Evangelio es que el camino hacia Dios y el camino hacia el próximo no son caminos distintos, ni siquiera paralelos, sino el mismo y único camino, y por lo tanto, si ponemos una barrera al prójimo estamos también poniendo una barrera a Dios.

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